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Blog Caie Monteros
Centro de Actualización e Innovación Educativa
//17 de Agosto, 2012

Educar para la paz- Manuel Méndez y Pilar Llanderas

por teresaherrera1 a las 14:13, en General


Educar en Valores: Educación para la Paz


Por Manuel Méndez y Pilar Llanderas

Definición:

La paz es un espacio de encuentro y un tiempo de relaciones humanas gozosas. Ni es solo ausencia de guerra, ni significa ausencia de conflictos. Convivir en tolerancia y armonía puede suponer un conflicto continuo, pero es positivo en el sentido que es una derrota continuada de la violencia. Las relaciones humanas son siempre conflictivas y la superación pacífica y positiva de estas situaciones es precisamente la forma de convivencia armónica de las distintas culturas, pueblos, religiones, sexos, razas y demás diferencias que puedan servir de excusa para la división, el antagonismo, el odio o la incomprensión.




La respuesta es precisamente la contraria, en primer lugar la diversidad nos enriquece, en segundo término no existen dos personas exactas, (ni siquiera entre gemelos y mellizos). Es importante aceptar la diferencia como un rasgo distintivo de la realidad humana, apreciar la diversidad como algo intrínseco a nuestra condición e incluso necesario para compartir un mundo más divertido, más heterogéneo y menos uniformado o aburrido.

La condición previa para una paz permanente es la igualdad, solo las desigualdades pueden desequilibrar tanto la situación que provoquen respuestas desesperadas y violentas de rebelión ante la iniquidad. Por eso a veces se justifica la guerra como un medio de llegar a una situación más justa en el reparto que permita una paz más estable. O se mantienen períodos extensos de "paz forzada" bajo el terror . Pero ninguna de las situaciones es correcta, porque la paz que sigue a la guerra la impone solo una parte vencedora, y tarde o temprano (a veces incluso lustros después de creído terminado el conflicto, véase el caso de los Balcanes europeos) se repite de nuevo el recurso a la guerra como venganza de la otra parte perdedora. Como consecuencia, la única paz posible siempre surge cuando no hay ni vencedores ni vencidos. En otro sentido, una paz impuesta por el terror es una violencia contenida, pero no deja de ser una situación violenta, y por tanto nada tiene que ver con la paz.

La paz se da en libertad y en igualdad, o no se da. Lo que es tanto como afirmar que casi no hay paz entre nosotros. Al menos dos tercios de la población humana (para ser optimistas) aún no han conseguido suficientes niveles de libertad e igualdad para considerar posible la paz real y positiva entre ellos, pero además, como la única paz posible es la "global" (nunca sabemos hasta dónde pueden verse involucrados terceros países en las guerras de los otros, pero tenemos dos experiencias de guerras mundiales en este siglo que se nos va), podemos afirmar que el otro tercio que aparentemente se considera viviendo en paz (convivencia democrática, libre, tolerante y justa), está en permanente peligro de perder su pacífica existencia, que por tanto no es tan real como se pretende.

Nunca las situaciones injustas engendrarán períodos pacíficos reales, por eso, a veces es preferible la "ruptura", aunque sea dolorosa, que las componendas a medias, porque a la larga se termina imponiendo la violencia frente a la injusticia. No existen puntos finales, perdones generales, olvidos masivos y voluntarios, ni transiciones ejemplares, si lo injusto permanece o no ha sido reconocido y exculpado, único camino de la verdadera conciliación. Y postergar la resolución de estas situaciones (acto de contrición y propósito de enmienda, previo a la absolución, como cualquier otra falta o pecado) se termina pagando a un precio exageradamente alto en términos de pacificación y convivencia. Tomemos los recientes ejemplos de América latina y sus "perdonadas" dictaduras o de nuestra propia realidad social, en la que siempre se airea el posible error del consenso político frente a la ruptura social como una duda que envenena y empaña la transición de la dictadura a la democracia, incluso cuestionando que estemos en una democracia real y no en una permanente transición sin futuro, (de ahí que algunos hablen ya, tras veinte años de democracia, de iniciar la "segunda transición".).


Objetivos transversales:


La educación para la paz es por tanto un proceso que debe estar presente en el desarrollo de la personalidad. Como proceso debe ser continuo y permanente, para enseñar a "aprender a vivir en la no violencia", y que confía en la creación de ámbitos de justicia, de respeto, de tolerancia y felicidad gradualmente más amplios. Diríamos que educativamente pretendemos un proceso de enseñanza-aprendizaje de la cultura de la paz que implica una ética personal y social fundamentada en la convivencia en libertad y en igualdad, es decir, plenamente democrática. Esta concepción se inspiraría en el respecto y reconocimiento de todos los convenios internacionales que reconocen los derechos humanos, favorecen un concepto internacionalista y global de la sociedad humana, se fundamentan en carácter intercultural y mundialista, pretenden el desarrollo de todos los pueblos y optan por el desarme como principio.

Para posibilitar todo esto, nuestros comunidades educativas deberían incorporar en su curriculum los siguientes objetivos:

Descubrir, sentir, valorar y confiar en las capacidades personales y en la realidad social que nos corresponda vivir, para superar las propias limitaciones y dificultades, y que pueden contribuir a un desarrollo positivo y optimista de la vida y el humanismo.
Reconocer y valorar la propia agresividad como una forma de autoafirmación bajo control permanente, capaz de ser puesta al servicio de la superación personal y de actividades altruistas que favorezcan el bien común.
Desarrollar la afectividad, la ternura y la sensibilidad hacia quienes nos rodean, favoreciendo el encuentro universal con los otros y valorando los aspectos diferenciales más localistas y particulares (sexo, edad, raza, religión, nacionalidad, ...) como elementos enriquecedores de este encuentro.
Reconocer y afrontar las situaciones de conflicto desde la reflexión serena sobre sus causas, tomando decisiones negociadas para solucionarlas de una forma creativa, tolerante y no violenta.
Actuar en la diversidad social y cultural con un espíritu abierto, respetuoso y tolerante, reconociendo la riqueza de lo diverso como elemento positivo que nos plantea el reto permanente de superación personal y social de nuestra convivencia en armonía.
Participar en actividades de autoafirmación, desarrollo y solidaridad con otros pueblos y culturas, colaborando con organismos institucionales y otras organizaciones sociales que potencien relaciones de diálogo, de ayuda, de paz, de armonía y de denuncia de situaciones injustas.
Conocer y potenciar los derechos humanos reconocidos internacionalmente, favoreciendo una actitud crítica, solidaria y comprometida frente a situaciones conocidas que atenten contra ellos, facilitando situaciones cotidianas que permitan concienciarse de cada uno de ellos.
Valorar la convivencia pacífica con los otros y entre los pueblos como un bien común de la humanidad que favorece el progreso, bienestar, entendimiento y comprensión, rechazando el uso de la fuerza, la violencia o la imposición frente al débil y apreciando los mecanismos del diálogo, del acuerdo y de la negociación en igualdad y libertad.
Aportaciones al proyecto curricular:


La educación para la paz debe hacerse presente en todo el currículum, y de hecho todas las comunidades educativas se esfuerzan por integrar elementos pacificadores, (democráticos, solidarios, tolerantes y justos) en su desarrollo. Pero el problema es que nuestra sociedad encubre tanta violencia, contenida o no, en su cotidianeidad, que es muy difícil dar respuestas adecuadas frente a las mismas, sobre todo si se hace un enfoque simple, interesado o hipócrita al tema de la violencia social, cultural, familiar o individual.

Por una parte los mass media nos inundan con informaciones negativas de la agresividad y violencia humana, de forma que "lo violento" de unas minorías se sobrevalora frente a "lo pacífico" de la mayoría; por otra parte es cierto que el recurso a la violencia y lo escabroso es mayoritario entre los "temas" que se ofrecen como "ocio" a los ciudadanos (cine, TV, videojuegos, comics e incluso literatura). Por este camino se nos vende un aspecto pesimista y negativo que es minoritario, frente a un optimismo más real de un deseo gradual y mayoritario de paz universal. Sin embargo, sí es cierto que el ejercicio de la "pequeña violencia" es habitual en nuestra forma de convivir, como resultado de una "natural agresividad" basada en el "instinto de supervivencia". Así es como la violencia instintiva (la violencia nunca puede ser racional), se instaura en nuestro modus vivendi de mil maneras distintas, pero siempre porque el individuo no ha sabido (no ha sido enseñado a) dirigir su agresividad de forma positiva para sí mismo y para los demás, o simplemente porque nuestro modelo social genera situaciones tan injustas que propician esas erupciones de ira, rabia, odio o sentimientos destructivos individuales incontrolados .

Efectivamente existe una agresividad potencialmente positiva en cada ser humano, que le permite, por ejemplo, tener el empuje necesario para arriesgar su propia vida en favor de otros, o para adherirse a causas altruistas y comprometidas, o simplemente para afrontar de forma positiva los problemas cotidianos. Frente a estas actitudes positivas y mayoritarias, existen un sin fin de pequeñas acciones mezquinas, denigrantes y negativas tanto para quien las ejecuta como para quien recibe las consecuencias, pero nuestro optimismo nos hace pensar que son minoritarias, aunque muy llamativas. Esta agresividad negativa, que en casos excepcionales se transforma en verdadera "violencia", es la que debe ser continuamente denunciada, señalada, zaherida y perseguida por todos, primero en nosotros mismos, y luego en las conductas de los demás. Y aquí es importante que el control social sea crítico, sincero, justo y riguroso, sin dejar por ello de ser solidario, tolerante, y abierto con las faltas propias y ajenas.

Las comunidades educativas, como mediadoras de valores sociales, deben comprometerse en actuaciones que refuercen la propia autoestima, de forma que los individuos sean conscientes de sus limitaciones, tomen decisiones autónomas y acertadas, y como consecuencia deseen superar con optimismo sus posibles dificultades (a veces desgraciadamente mezquinas). Por tanto deben valorarse las actitudes generosas, amables, afectivas y cariñosas, y censurarse las actitudes hostiles, egoístas, despreciativas o injuriosas. Y en este sentido no se puede ser "permisivo" o "relativista" frente a un individuo en "proceso de formación", como son nuestros alumnos, y que comprenden muy bien que lo malo esta mal, pero que no entienden que lo malo sea relativamente bueno, como a veces nos empeñamos en vindicar, por un equivocado sentido de la equidad, que en realidad es relativismo frente al egoísmo, la canallada, la hostilidad, la sinrazón, la mezquindad, etc., Todo ello conductas "muy humanas", pero también muy "indeseables" y muy "vergonzosas". Debemos reivindicar la vergüenza personal y ajena como un sentimiento positivo que nos denuncia nuestra inconformidad con lo violento, cuando menos, y no como un sentimiento negativo de "culpabilidad" traumática de la personalidad. Cuando existen hechos objetivos de los que sentirse "avergonzado" (y esto es siempre que existan damnificados como consecuencia de mi conducta), uno debe tener el suficiente coraje como para sentirse "realmente culpable", para reconocer actitudes erróneas, que si no serán imposibles de rectificar. En este sentido la "vergüenza" personal y social es positiva, y el permisismo o el aplauso, realmente contraproducentes

Estrategias:
Una estrategia necesaria es, por tanto, concretar claramente en nuestros códigos normativos de largo plazo (Proyecto Educativo y Reglamento Interno), aquellas actitudes positivas para una convivencia pacífica y armoniosa en nuestra comunidad, definiendo un conjunto de normas aceptadas y comprensibles que resalten el respeto y aprecio hacia uno mismo y los demás. También es deseable concretar en nuestra línea docente y en el perfil del personal, docente o no, una serie de rasgos distintivos que definan actitudes pacíficas y antiviolencia.

Por otra parte, nuestra organización interna debe permitir la participación real de todos los miembros de la comunidad escolar, abriendo suficientes cauces de colaboración, diálogo y negociación, de forma que la convivencia siempre conflictiva de los distintos intereses de las diferentes partes (padres, alumnos, profesores, administración y organizaciones sociales), encuentre siempre una canalización adecuada para el acuerdo y el compromiso en la toma de decisiones.

Los contenidos de las distintas áreas contempladas en nuestro proyecto curricular deben revisar aspectos críticos de sus programas. A veces se ensalza de forma "más o menos" encubierta (currículum oculto), emociones, situaciones, personajes e incluso contravalores violentos. El exceso de competitividad se opone al concepto de colaboración, el héroe o heroína ejemplar a veces es paradigma de la violencia, el exceso de orgullo localista o diferenciación cultural puede encerrar elementos xenófobos o racistas, incluso la forma de presentar el enunciado de una situación problemática puede incurrir en extremos cuasi violentos, etc. Una estrategia para disipar dudas sobre la "formulación de contenidos" en nuestra currícola es permitir el debate abierto o coloquio sobre aquellos aspectos dudosos entre alumnos y docentes, favoreciendo una reflexión posterior sobre el qué he pretendido enseñar/aprender y cómo creo haberlo enseñado/aprendido, valorando aquellos aspectos más críticos con el sentido de una convivencia democrática y armónica.

También podemos utilizar la estrategia del "diagrama de áreas curriculares" ya utilizado en anteriores artículos, que nos permite visualizar la currícola a partir de los Objetivos definidos en la misma. Se trata de ir comprobando qué objetivos hacen referencia expresa a aspectos de la convivencia, irlos marcando, desde los generales de etapa hasta los específicos de las áreas, y a continuación verbalizar las actividades y tareas que proponemos para que se hagan efectivamente presentes en un determinado curso escolar. Referidos a las Etapas de Infantil y Primaria, la Educación para la Paz, quedaría como sigue:




Descubrimiento progresivo del disfrute con los otros y de la necesidad de unas normas de relación como manifestación del respeto afectuoso de los otros y a la estima de uno mismo.



Aprender a convivir en tolerancia, apreciando la igualdad y rechazando las discriminaciones, como forma de disfrute de las relaciones humanas en libertad y con unos intereses culturales comunes al sentir europeo.


* Se puede globalizar el concepto de Coeducación y aspectos de tolerancia y solidaridad relacionados con la Educación Vial. Supone un acercamiento a la comprensión sociocultural de ámbito europeo, valorando desde el respeto las semejanzas y diferencias con nuestro entorno cultural más próximo.

Para la Etapa de Secundaria se pueden proponer Talleres de Solidaridad, con un carácter temporal o más definitivos dentro de la oferta optativa del centro. Es interesante a nivel social, relacionar estos talleres con los "puntos jóvenes" de la localidad, si los hubiere.

Existe una tercera estrategia, más ocasional, pero que puede diseñarse de forma efectiva para el centro, como son la inclusión de jornadas específicas de talleres para lo no violencia, en colaboración con ONGs que ofrecen este tipo de actividades: Jóvenes contra la Intolerancia, SOS Racismo, Cruz Roja Internacional, Jóvenes sin Fronteras, etc. Una forma efectiva de hacerlas presentes en nuestro currículum es incluir una Semana Cultural en nuestro Plan Anual, que contenga SIEMPRE un día dedicado a estos talleres para la no violencia, ( como puede tener un día dedicado al deporte, otro a la mujer, otro a la música, etc., que puede ser más rotativos).

Por supuesto que para que la "ocasionalidad" de estas actividades no confunda al alumnado en la idea de que se es "no violento" un día como "excepción", el centro educativo debe establecer conductos habituales de colaboración con estas ONGs, realizar actividades puntuales para el Día de la Paz, comprometerse en temas de actuación internacional (Año del niño, Año de la Solidaridad, Año contra la Tortura, etc), promover actividades de conocimiento e intercambio con otras culturas, etc.

Tampoco debemos olvidar el carácter "festivo" de la Paz, que nos puede orientar un montón de actividades y propuestas en torno a tópicos como "dos no se pelean, si un de ellos no quiere", "bailando juntos nos comprendemos mejor", "de las mil mejores maneras de eludir el peligro, la más inteligente y mejor es salir corriendo", etc. No hay pueblo que celebre una fiesta en período de guerra, y por ende, todas las actividades consideradas "festivas" son actividades pacíficas: una verbena, un baile de disfraces, un teatro, un recital, danzas tradicionales, unos juegos tradicionales (carreras de sacos, corro de sillas, el pañuelo, la gallinita ciega,...). Todas estas actividades favorecen una relación divertida, atractiva y amable, que nos hacen felices al compartir nuestro tiempo con los otros y nos inclinan al disfrute del encuentro. Por supuesto que las costumbres feriales de violencia hacia otros o hacia los animales, no podrán considerarse nunca "festivas", sino unidas a creencias ancestrales próximas a valores contraculturales (ignorancia, mitologia, fantasía sobrenatural del sacrificio, etc).

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